Tal y como se ha demostrado en las últimas décadas, es prácticamente indiscutible el poder de transformación de la sociedad y capacidad para difundir el conocimiento que tiene el sector TIC. Desde finales del siglo pasado hasta la actualidad, hemos vivido una vorágine de saltos tecnológicos, prácticamente sin pausa entre uno y otro, que han contribuido a modificar completamente nuestro modo de vida y la manera en la que nos relacionamos. Precisamente debido a esa velocidad en el lanzamiento de nuevas tecnologías e inmediatez en su consumo, provocada en muchos casos por la gran competencia que existe en el mercado (toda vez que dejó de ser local para convertirse en global), quizá sea ahora un buen momento para pulsar el botón de “pausa” y analizar los próximos retos a los que nos enfrentamos desde la Industria, así como evaluar en qué podemos mejorar para que el sector TIC siga teniendo en el futuro la relevancia y capacidad de impacto que tiene en la actualidad.
Cualquier iniciativa que provenga de este ámbito, por pequeña que sea, tiene un gran potencial de alcance. Estas iniciativas pueden ser en forma de startups o proyectos concebidos en el seno de los departamentos de innovación de las grandes empresas. No obstante, con más frecuencia de la deseable, muchas de estas iniciativas se ven bloqueadas antes de que puedan materializarse en un producto o servicio útil para la sociedad.
En el caso de las startups o microempresas, a menudo se enfrentan a problemas de financiación. Por desgracia, esta es una tónica que se repite con bastante frecuencia en Europa y en menor medida en países como Estados Unidos o Israel, en donde prevalece un modelo que fomenta (y financia) el desarrollo científico y tecnológico tanto desde el ámbito privado (a través de organizaciones de Business Angels, Fondos Tecnológicos de Capital riesgo, etc.) como desde la Administración Pública con programas específicos para sectores estratégicos (Aeroespacial, Defensa, Energía, Salud, etc.) dotados de presupuestos muy elevados. También es cierto que en la Unión Europea se han llevado a cabo importantes iniciativas en este sentido, como el VII Programa Marco o el actual Horizonte 2020, así como la financiación de grandes proyectos a través de organizaciones como la Agencia Espacial Europea o el CERN. Por otra parte, el modelo europeo también tiene ventajas sobre el americano, como una mayor regulación que protege al consumidor, aspecto que se encuentra hoy en día en el centro del debate (asombrosamente a puerta cerrada) del acuerdo TTIP de libre comercio entre Europa y Estados Unidos. Precisamente en la construcción de ese acuerdo, por encima de los intereses particulares convendría aplicar el sentido común para construir un nuevo paradigma tomando lo mejor de cada modelo. Esto también es innovación: partir de un sistema funcional y dotarlo de mejoras para adaptarlo a las necesidades particulares de una región geográfica determinada o de un sector de la población en particular.
En el seno de las grandes empresas, un problema al que se enfrentan los departamentos de innovación es que cada proyecto que se pretenda impulsar debe ir acompañado de un modelo de negocio en el que los beneficios estimados supongan un movimiento considerable en la facturación global de la compañía. En caso contrario, generalmente el proyecto se abandona. Es decir, se prefiere invertir en proyectos más arriesgados o “estratégicos” a medio y largo plazo, cuya utilidad o aceptación en el mercado es incierta, pero que de materializarse proporcionaría un elevado retorno económico. De esta forma, múltiples productos o servicios capaces de aportar beneficios a determinados segmentos de la sociedad nunca llegan a ver la luz. Quizás, como suele ser habitual, exista una vía intermedia que pueda conciliar la viabilidad de las compañías y el reparto de dividendos entre sus accionistas con el desarrollo científico y tecnológico a corto, medio y largo plazo que, al fin y al cabo, es un pilar fundamental del progreso de las sociedades modernas y del estado del bienestar.
Por otro lado, no se debe perder de vista que en los últimos tiempos se han producido cambios socio-políticos importantes, en su mayoría originados por la crisis económica que ha afectado duramente a Europa en general, y a España en particular, que pueden provocar una deriva hacia un modelo productivo más proclive a la competencia en costes que en innovación y desarrollo tecnológico. Si bien es cierto que hay determinado sectores que son muy sensibles al precio, como el de la electrónica de consumo, no se debe descuidar por ello aspectos tan relevantes como la calidad y fiabilidad. Si un determinado país opta por un modelo de competencia basado únicamente en ofrecer al mercado productos o servicios con precios muy reducidos, entonces la principal vía para lograrlo es a través de la reducción de costes y, por tanto, de salarios. Como consecuencia, el poder adquisitivo de la población se reduce proporcionalmente y la demanda interna de ese país se contrae. Por tanto, la única vía para poder incrementar el PIB seriá la exportación. Sin embargo, en el momento en que se compite en el mercado exterior exclusivamente en costes, se afronta la amenaza de que una compañía rival ofrezca el mismo producto o servicio a un precio inferior. Dado que no existen elementos diferenciadores, el consumidor final optará por la opción más barata.
Por el contrario, un sistema que incide en la diferenciación a través de la especialización y en el diseño de productos y servicios de alta tecnología no sólo crea demanda interna y externa, sino que favorece el desarrollo social de la población, impulsando un sistema educativo de excelencia capaz de aportar al tejido industrial trabajadores con la máxima cualificación.
Un ejemplo que prueba la eficacia de esta clase de modelos productivos es el proceso pionero llevado a cabo por nuestro país en la transición de la TV Analógica a Digital, lo que ha abierto la puerta a una mayor oferta de contenidos y formatos, nuevos servicios (móviles, interactivos, etc.) y con la máxima calidad de imagen (UHD). España encabezó a nivel mundial este proceso de transformación, en el que Egatel participó mediante el diseño de los equipos transmisores de alta tecnología necesarios para poder desplegar la red digital. De esta manera, ofreciendo productos innovadores, fiables y con alto valor añadido, se logró salir al mercado exterior y competir frente a frente con las grandes multinacionales del sector.
Conviene por tanto realizar una reflexión profunda y serena, poniendo en valor todo lo que hemos logrado hasta el momento, pero analizando también de forma crítica todos los ámbitos sujetos de mejora para finalmente determinar hacia dónde queremos dirigirnos y cómo queremos llegar. Entonces estaremos en condiciones de pulsar de nuevo el botón “Play” para retomar con paso más firme el papel de liderazgo del sector TIC como motor de crecimiento económico, desarrollo social y divulgación de la educación y el conocimiento.
Francisco Javier Valdés Sánchez
DIRECTOR DE INNOVACIÓN